Una rana que vivía en un estanque se aburría de su vida monótona y deseaba ver el mundo. Un día, vio pasar a una raposa (zorra) por el bosque y le pidió que la llevara con ella. La raposa, que era astuta y hambrienta, aceptó con gusto y le dijo que se subiera a su lomo. La rana, ilusionada, saltó sobre la raposa y juntas se alejaron del estanque.
La raposa (zorra) llevó a la rana por diferentes lugares, mostrándole las maravillas de la naturaleza. La rana se quedaba admirada ante todo lo que veía y se sentía muy afortunada de tener una amiga tan generosa. Sin embargo, la raposa tenía un plan malvado: quería llevar a la rana a un lugar donde no hubiera agua ni refugio y así poder devorarla sin problemas.
Así fue como la raposa condujo a la rana hasta una colina árida y rocosa, donde no crecía ni una brizna de hierba. La rana, al ver el paisaje desolado, se asustó y le preguntó a la raposa dónde estaban. La raposa le respondió con una sonrisa maliciosa:
- Aquí estamos, querida amiga. Este es el lugar más hermoso que conozco. ¿No te gusta?
- No, no me gusta nada -dijo la rana-. Aquí no hay agua ni sombra ni nada que me haga sentir cómoda. Por favor, llévame de vuelta al estanque.
- Lo siento, pero no puedo hacer eso -dijo la raposa-. Ya hemos llegado al final de nuestro viaje. Y ahora, ha llegado el momento de mi recompensa.
Dicho esto, la raposa abrió su boca y se dispuso a comerse a la rana. Pero antes de que pudiera hacerlo, oyó un fuerte graznido en el cielo. Era un águila que había visto a la raposa y a la rana desde lo alto y que se lanzó en picado sobre ellas. El águila agarró con sus garras a la raposa y a la rana y las elevó por los aires.
La raposa se dio cuenta de su error y lamentó su codicia. La rana se dio cuenta de su ingenuidad y lamentó su curiosidad. Ambas pagaron caro su imprudencia.
La moraleja de esta fábula es:
No te fíes de las apariencias ni de las promesas falsas. Valora lo que tienes y no te expongas a riesgos innecesarios.
No hay comentarios